Hay días y días y este día ha sido de los raros. Aquellos en los que haces muchas cosas pero parece que no has hecho nada. Aquellos en los que intento avanzar pero la manta de la cama, la alfombra del pasillo y el pomo de la puerta de casa me enganchan de los pies y brazos para evitar que escape. Esos en los que el reloj decide ir a su propio paso y hoy parece ser que tenía prisa por encontrarse con la luna.
Días en los que hasta el propio clima se pone repunante y no sabe qué hacer ni qué decidir; si frío, calor, lluvia o tormenta.
En los que una persona como cualquier otra pasa por distintas emociones sin encontrarse del todo a gusto, ¿calle o casa? ¿él o no él? ¿jeans o chándal?. En estos días en los que el móvil te sobra pero lo quieres cerca, casi como a tus amigos.
Aquellos en los que cualquier palabra sobra pero si faltan se echan de menos y en los que cualquier caricia o una mirada a los ojos te anima a continuar.
Estos días raros de cojones en los que solo te apetece ver una película que hacía trillones de años que no veías y que nunca te dio más por verla con mucho chocolate. Sentirte mal por no haber salido a correr ese día.
Días de descubrimientos que te hacen feliz y de bochornos con seres queridos.
Pero al fin y al cabo llega la noche y con ella las tantas, lo que continua con el día después, un día distinto y seguramente más emocionante.
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