Amapola

Belleza por fuera debilidad por dentro.
Parece que fue ayer cuando las veía en los campos leoneses al ir de vacaciones al pueblo, siendo una enana más enana que ahora, un verano entero...una eternidad en aquellos tiempos...el paraiso en estos.
El pueblo significaba libertad absoluta, hasta claro los domingos que había que ir a misa.
No había padres, estos estaban trabajando.
Abuelas permisivas, maternales y cocineras de muerte.
Una casa llena de primos, donde las horas de las comidas eran siempre alborotos y carcajadas. Acostumbrada a una casa en un piso de un bloque para cuatro, el pueblo era vida.
Recuerdo la llegada de junio aquí en la ciudad, con impaciencia donde agarrada de la mano de mi madre le decía que quería ir a desconectar al pueblo, que ya me había cansado de la gente de aquí.
Esos nervios de recién llegada por si los colegas no me reconocerian.
Esto duró poco muy poco.
Como la mayoría de pueblos y más los pequeños, la juventud se acaba, llega el aburrimiento y con ello el tedio de ir al pueblo, antes sinónimo de libertad ahora de cárcel sin internet.
Y así cuando se acababa agosto, las amapolas volvían a aparecer, esta vez en el sentido contrario, para despedirse de mi un domingo al atardecer.