Te vi y cómo siempre, nunca te digo todo lo que desearía decir, porque en mis silencios las palabras van implícitas. Esto fue sobre las seis de la tarde. Ahí estabas, torpe con tus gestos como si no te atrevieras a tocarme, como siempre, con una mirada felina que auguraba el peligro que vernos suponía, que me hace perder. Te acercaste al fin lenta y sigilosamente estirando un brazo y como siempre, se me taponaron los oídos. Nuestras manos sudaban. El sol brillaba mucho, no me dejaba centrarme, me descolocaba y mi guión de locuras se estaba arrugando en mi mente mientras rodaba de un lado a otro. Mis nadas, tenían en ese momento menos sentido que de costumbre. Te miraba y te seguía mirando decidiéndome si adentrarme con mis silencios implícitos o dejar de luchar con las ganas de que se taponaran mis oídos hasta no oír nada por aquel día. Te escuchaba y el verde césped apareció, nuestras manos seguían sudando, el sol parecía brillar aun más derritiendo mis sentidos. Los animales corrían felices y salvajes como nosotros. Pero todo esto poco duró, llegó la tormenta, temible y hermosa, quisimos protegernos pero no fuimos lo suficientemente fuertes. Escuchamos como los animales antes en paz y armonía, se escondían de la brisa y el agua que la tormenta arrastraba. Te perdí y no te busqué, huí. Porque mis silencios implícitos me lo impidieron, mi vergüenza me agarró de los pies y mi boca... la perdí también pero de eso ya hace tiempo y de eso es, ya solo otra historia.
''Ella era agua, él viento. Juntos tormenta y lejos brisa''.
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