Y entonces es cuando te das cuenta de que algo está cambiando, y sabes que algunos cambios si pueden ser de la noche a la mañana, porque ese ha sido el periodo de tiempo que has tardado en darte cuenta de varias cosas.
Ese instante en el que te echas en la cama y ya no bajas la persiana del todo, ya no prefieres la oscuridad para dormir, te despiertas pronto y necesitas hacer la cama. Te das cuenta que ya no te gusta el azul como antes, que prefieres el rojo porque te hace sentir más valiente, más atrevida, más segura (y que te queda DI-VI-NO). Ese momento en el que ya no te interesa leer más libros con finales predecibles, prefieres salir a respirar o dormir la siesta (opción preferible, en la cama no te pueden atropellar). Ese en el que ocultar un grano con el maquillaje ya no es importante (y que también te has dado cuenta, de que no lo estabas ocultando tan bien como creias). No te descuidas pero prefieres ser natural, sin conservantes ni colorantes, vamos como el Nestea.
Has cambiado, eliges un abrazo de alguien que te ame antes que diez mil besos de distintos labios. Prefieres el plan de sofá y peli (y sexo) antes que el de discoteca y tacones (y borrachera).
Tu madre ya no te llama a comer, eres tu la que le suplica que te haga la comida ( o en personas menos inútiles, eres tu quien se hace la comida). Pones la mesa a la primera.
Escribes más y escuchas menos. Utilizas la segunda persona del singular para alejarte de lo que te apega. Cambias el yo o el me por el té y te olvidas del Cola~Cao de tu infancia (o el Nesquik para aquellos que eran más innovadores) y del café (de ejecutivo y persona cultivada) de la adolescencia.
Los lunes ahora te joden más, salvo si sabes que van a llegar las doce y cuarto. Pero aquellos días en los que no llegan te sientes desfallecer, y no solo de hambre.
Las conversaciones entre amigas ya no son de los tíos buenos de clase, son de los buenos tíos que os acompañan en el día a día.
Tu no follas, haces el amor, suave (¿¿lo pillais??).
Las lagrimas ya no son por el bofetón de la hora de la merienda son por el bofetón de la resaca. Ni por eso, ahora las lágrimas son por cosas que no entiendes. Porque eso queridos hijos míos es lo único que no cambia, sigues sin entender la mayoría de las cosas que te rodean. Piensa, lo has estudiado, seguro, pero ¿por qué un líquido se expande? No vale decir porque es un líquido (ni ir a wikipedia, ni consultar a Diego). Son cosas obvias pero que no sabemos explicar (al menos una vez superada la PAU).
Lo más obvio es lo más complejo de explicar, ¿por qué me (te) siento (sientes) así?.
No lo sé (sabes), tal vez sea por el bofetón que me he (te has) desayunado hoy.
Segunda persona para no perder la costumbre.
Ese instante en el que te echas en la cama y ya no bajas la persiana del todo, ya no prefieres la oscuridad para dormir, te despiertas pronto y necesitas hacer la cama. Te das cuenta que ya no te gusta el azul como antes, que prefieres el rojo porque te hace sentir más valiente, más atrevida, más segura (y que te queda DI-VI-NO). Ese momento en el que ya no te interesa leer más libros con finales predecibles, prefieres salir a respirar o dormir la siesta (opción preferible, en la cama no te pueden atropellar). Ese en el que ocultar un grano con el maquillaje ya no es importante (y que también te has dado cuenta, de que no lo estabas ocultando tan bien como creias). No te descuidas pero prefieres ser natural, sin conservantes ni colorantes, vamos como el Nestea.
Has cambiado, eliges un abrazo de alguien que te ame antes que diez mil besos de distintos labios. Prefieres el plan de sofá y peli (y sexo) antes que el de discoteca y tacones (y borrachera).
Tu madre ya no te llama a comer, eres tu la que le suplica que te haga la comida ( o en personas menos inútiles, eres tu quien se hace la comida). Pones la mesa a la primera.
Escribes más y escuchas menos. Utilizas la segunda persona del singular para alejarte de lo que te apega. Cambias el yo o el me por el té y te olvidas del Cola~Cao de tu infancia (o el Nesquik para aquellos que eran más innovadores) y del café (de ejecutivo y persona cultivada) de la adolescencia.
Los lunes ahora te joden más, salvo si sabes que van a llegar las doce y cuarto. Pero aquellos días en los que no llegan te sientes desfallecer, y no solo de hambre.
Las conversaciones entre amigas ya no son de los tíos buenos de clase, son de los buenos tíos que os acompañan en el día a día.
Tu no follas, haces el amor, suave (¿¿lo pillais??).
Las lagrimas ya no son por el bofetón de la hora de la merienda son por el bofetón de la resaca. Ni por eso, ahora las lágrimas son por cosas que no entiendes. Porque eso queridos hijos míos es lo único que no cambia, sigues sin entender la mayoría de las cosas que te rodean. Piensa, lo has estudiado, seguro, pero ¿por qué un líquido se expande? No vale decir porque es un líquido (ni ir a wikipedia, ni consultar a Diego). Son cosas obvias pero que no sabemos explicar (al menos una vez superada la PAU).
Lo más obvio es lo más complejo de explicar, ¿por qué me (te) siento (sientes) así?.
No lo sé (sabes), tal vez sea por el bofetón que me he (te has) desayunado hoy.
Segunda persona para no perder la costumbre.
Tan pronto lloro, como me rio.
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